HISTORIA

Estos parajes fueron conocidos desde el más lejano nacer Prehistórico, y se ha documentado la permanencia de su población desde el Calcolítico, hasta nuestros días. Recientemente se ha excavado parte del yacimiento de Cerrocuquillo.

Nuestro pueblo se remonta a épocas Prehistóricas, ya que se han encontrado restos de mastodonte, que según Martín Aguado, serían los antecesores de los elefantes de Pinedo. Aquellos vivieron sobre estas tierras sagreñas, en la lejana Prehistoria, pobladas por hombres nómadas, en culturas de fondos de cabaña cubiertas de ramajes y pieles, dedicados a la artesanía lítica, o lo que es lo mismo, la talla de piedra.

Más actual es la cultura del Bronce de la Mancha caracterizada por los asentamientos en motillas, morras y castillejos o castellones.

Es probable que el llamado “Cerro del Águila”, que atalaya buena parte de la llanura sagreña, fuera utilizado por el hombre de todas las épocas en esa misión de vigilancia, y que el antiguo Castillo del mismo nombre, tenga precedentes al menos hispano-romanos.

Por dos lápidas sepulcrales encontradas en nuestro municipio, se da fe de la presencia Hispano-Romana: una labrada en caliza que dedica QVITVUS PATI a C.P. QVAPRONIANI, y la otra dedicada a IFITVS POMPEYO.

Pero la fundación del Castillo, como la de tantas otras, es atribuida a los moros. “En él [1] cada día se encuentran diferentes entierros, con señales de sus supersticiones”. No se conservan ya semejantes enterramientos, y, si en realidad labraron los moros el Castillo, lo indudable es que los cristianos reconquistadores hubieron de reedificarlo en los primeros siglos de la restauración.

Durante la época de la Repoblación, aparece el apellido ASTUR, lo que nos aclara la presencia de asturianos en la zona, venidos a repoblar las tierras desiertas durante la dominación musulmana.

Consta que en 1.281, tienen propiedades Doña Dolores de Astur y su hermana María, hijas del canónigo D.Bernardo Astur, consistentes en tierras de labor con sus chozas, viñas y tinajas. Todo heredado de su padre, ya mencionado, y de sus tíos Pedro y Martín Astur. Adviértase la pervivencia del apellido Astur, en estos propietarios de tierras cercanas a Toledo, repobladas por otros asturianos

Despoblado entre Cobeja y Villaluenga, en el término de esta última.

En una escritura mozárabe de 1.261, se cita una alquería llamada Aldimuz que, según González Palencia, podría transcribirse como Ademuz. En este caso significaría la cueva, la cisterna, el rincón, según Asín Palacios.

En esta alquería tenían propiedades algunos mozárabes, entre ellos una llamada doña Inés, hija del alguacil don Pedro Juanes, que había fallecido ya en el año 1.261, en el que se extiende el documento de concordia que contamos. Era una vieja familia de mozárabes toledanos, emparentada con don Esteban Illán.

En el mapa del cardenal Portocarrero se localiza, al norte de Cobeja, una entidad llamada Adamuz.

Debió despoblarse pronto, porque en la relación de Villaluenga de 1.576, ya citada, no se hace referencia a esta población ni siquiera como arruinada. En cambio, en 1.752, se menciona Adamuz, en el catastro de La Ensenada, al referirse a los límites de Villaluenga.

El cabildo primado tenía posesiones en “Cobeja y Ademuz”.

En 1.477, aparece por primera vez la denominación actual de Villaluenga, ya que con anterioridad se le denominó PEGINES. En noviembre de 1.198, se documentó una alquería nombrada Pegines, en una escritura mozárabe, situándola sobre el camino de Olías.  En efecto, en ese tiempo hay dos alquerías habitadas por mozárabes, o donde estos tienen propiedades: una localizada en la Sisla, y otra en Pegines, en la Sagra, que estimamos pueda ser la alquería mozárabe que después toma el nombre de Villaluenga. El documento era de la contribución del pueblo al sostenimiento de la Santa Hermandad de Toledo.

Fue motivo de este cambio de nombre, el querer honrar y perpetuar el nombre del Capitán MANFREDO LUENGO, que murió al frente de los suyos en duro combate con los enemigos de Paulo V; o según una relación de 1.782, se llama Villaluenga porque “se extiende hacia levante una larga distancia”.

A mediados del S. XV, aparecen documentos del Castillo del Águila. Un Monarca castellano lo donó a la poderosa familia toledana de Silva, juntamente con los terrazgos próximos y la naciente villa de Villaluenga a D. Juan de Silva, Primer Conde de Cifuentes, que en su testamento, fechado en Toledo el 15 de Agosto de 1.458, deja el lugar de Villaluenga con sus vasallos y jurisdicción,[2] a su hijo D. Pedro de Silva, del cual pasó por donación o por muerte a su hermano D. Juan de Ribera, Primer Señor de Montemayor, que a su muerte en 1.508, lo dejó a su hijo primogénito D. Juan de Silva y Ribera, al que le tocó vivir las revueltas comuneras de Castilla.

D. Juan de Silva era partidario de la causa del emperador Carlos V, y habiendo sido forzado a entregar, combatido por los comuneros, el Alcázar de Toledo, que por el Emperador que tenía, partióse con sus hijos y servidores al lugar de Villaluenga, desde donde, en combinación con D. Antonio de Zuñiga, Prior de San Juan, comenzó a mover la Guerra a los insurgentes toledanos. Estimulado por esta causa, sabedores del incendio y las matanzas causadas poco antes en la Iglesia de Mora por las tropas imperiales y deseosos de tomar venganza en D. Juan de Silva, a quien acababa de nombrar Carlos V, Capitán General del Reino de Toledo,  salieron de la ciudad cuatro mil comuneros con el turbulento Acuña, Obispo de Zamora a la cabeza.

Quemaron  Villaseca y Villaluenga,  lugares propios del de Silva,  y desde allí se marcharon al próximo Cerro del Águila, donde el Señor de Montemayor se había replegado con sus fuerzas.

El historiador de las Comunidades,  Ferrer del Río describe, aunque con estilo y detalles harto novelescos, aleados con la verdad histórica, este interesante episodio de aquella guerra, bien que sin mencionar para nada a D. Juan de Silva, que al frente de sus leales en la fortaleza, fue el verdadero héroe de la jornada. He aquí ahora su relato:

“Acuña supo el movimiento retrógrado de los jinetes de Zúñiga, y aceleró su marcha con tales bríos, que al trepar los fugitivos por la pendiente del cerro, iba ya picándoles la retaguardia. Tras ellos siguió dando sin otro consejero que su hirviente coraje, y sin ojos para atender más que a la distancia que le separaba del castillo, donde presumía meterse de golpe. Y lo verificaría por cierto no diferenciándose de sus intrepidez la de sus soldados; pero cuando, firme en su designio, había penetrado ya en las trincheras y pugnaba por avanzar camino, extrañado que le resistiesen tanto, volvió la vista y se halló casi sólo y jefe de un ejercito de cobardes.

A la falda del cerro estaban todos, y no se avergonzaban de su pusilanimidad indigna, ni ponían atención en que lidiaban por sus libertades y los mandaba Acuña y los miraba Toledo.

Aquel contratiempo irritó el enojo en el corazón del Obispo, donde nunca se albergaba el desmayo. Sólo se apartó de los muros del castillo hacia la pendiente lo bastante para situar bien sus cañones y batirlo sin tregua. Al declinar la luz del sol, cobraron aliento algunos del ejército de las comunidades, y subieron a guarnecer la batería; otros perseveraron en su miedo y hasta se fugaron unos pocos. Avezado Acuña a pasar las noches sin dormir y al raso, alternó con los artilleros en la fatiga; moviéndoles a sonrojo, confortó su flaqueza, y cuidó de que las bocas de fuego no cesasen de vomitar metralla, para que abriesen portillo en el baluarte contrario, que les facilitase al primer albor del día el triunfo que la tarde anterior se les había escapado por culpa y con mengua de ellos.

Lo de la brecha salió según lo predijo Acuña, para el cabal cumplimiento de su vaticinio y faltó que la victoria coronase a sus soldados. Ninguna esperanza tenían los de dentro de librarse de aquel apuro; ya los comuneros, volviendo por su honra se aparejaban al asalto: Acuña, delante como de costumbre, parecía el genio de la guerra; poco molestados los acometedores por el fuego enemigo tocaban ya el muro. De repente se oyó dentro ruido semejante al de un tropel de gente que se precipitaba a la huída o al acometimiento. Entre los de Acuña cundió el sobresalto. A este tiempo se abrieron las puertas del castillo y el pavor de los comuneros llegó a su colmo. Sus contrarios habían discurrido un expediente ingenioso para salvarse del conflicto, cifrando su esperanza en que, en proporción de escoger los populares entre el hurto y el combate, menospreciaran su reputación y optaran por su desdoro. Con esta idea soltaron las numerosas cabezas de ganado robadas en sus correrías por Illescas; al pronto creyeron los de Acuña que se les venía encima hueste poderosa, y se echaron a rodar por las laderas el cerro,  y, cuando se recobraron del susto, no fue para volver a sus banderas, sino para perseguir a las reses fugitivas, disputándoselas con encarnizamiento y ponerlas después a buen recaudo.

Nuevamente se vio desamparado Acuña; maldijo en su cólera a gentes que no se ruborizaban de precipitarse a la ignominia, huyendo de la victoria, y no obstante se empeño todavía en dominar el castillo. Pero también flaqueó el espíritu de los que se quedaron en el atrincheramiento; sobrevenidas las lluvias de Abril, tuvo que pensar en la retirada para vencer oportunamente las escabrosidades del terreno y salvar siquiera la artillería. Además le convenía tornar a Toledo, porque su salud se había resentido sobremanera del dolor que le ocasionaría ver tan flaca de ánimo a su tropa.”.[3]

En poder de los Silvas, Marqueses de Montemayor,  continuó la fortaleza, con cuyo título se creó, por cédula de Felipe IV, el 24 de Febrero de 1.639, el Marquesado del Águila, en favor de D. Juan Francisco de Silva y Ribera, Marqués de Montemayor, para que lo ostentaran los primogénitos de esta casa.

En el 1.571 se registran 130 vecinos.

En la relación de 1.576 se dice lo siguiente de este pueblo:  es tierra caliente, sana, rasa y llana, sin caza ni arboleda, utilizando los sarmientos como única leña. Carece de fuentes y el vecindario usa pozos para beber. El caserío está asentado en llanos y en bajo. Al lado tiene una torre y a media leg., sobre un cerro, el castillo del Águila. Las casas son bajas, sin cimientos, todas de tapia, la mayoría pajizas y sólo algunas cubiertas con teja. Viven en ellas unos doscientos vecinos, todos labradores. Se cosecha trigo, cebada, alcarceña y vino.

El feudal posee una mina de greda. El diezmo suele valer de cincuenta a sesenta cahíces de pan. Los propios se reducen a un prado boyal. Hay una casa sin renta, en donde se recogen los pasajeros pobres. Informan los vecinos Isidoro García, Silvestre Lucas y Francisco Díaz. Es cura propio en ese año don Francisco Olaso Lassalde. Interviene el Bachiller Mena, que firma por los que no saben hacerlo.

En el 1.594 moran en nuestra villa 256 vecinos.

“El archivo se incendió en los siglos pasados y luego fue robado y destruido en la guerra de sucesión”.

En el 1.646 tiene 154 vecinos, entre viudas y menores.

Villa de señorío feudal, propia del marqués de Castromonte y Montemayor, no recibe otra cosa que “el honor de tener”.

Extensión y límites

Se extiende media legua a todos los aires, midiendo dos y media de circunferencia. Limita al norte con el despoblado de Tocenaque y la villa de Yuncler, al este con el despoblado de Adamuz.

Relieve, hidrografía y vegetación

La toponimia muestra la llanura ondulada con el único accidente de algunas hondonadas más o menos extensas y profundas: Cañada, Camino de la Huenda (u honda, como fuente), camino de Valdelaharina, Camino de Valdecubas, Valhondo. Un monte, el de Salmorales y los cerros de Villaluenga en donde se levanta el castillo del Águila, que es el punto culminante del territorio (671 m.). Lo expuesto se corrobora con lo que dice un documento de finales del siglo XVIII: “ el suelo de Villaluenga es hermoso y descubierto”.

En cuanto a la hidrografía, aparte del Arroyo de la Solana o Valhondo, hay una fuente de cuatro caños “que no se seca con un pilón contiguo que sirve para lavar. Todo de piedra labrada con la mayor perfección”. Sus aguas son buenas, de ellas se forma el arroyo, que en tiempo de lluvias empantana, ocasionando abundante lodo, por lo que se construyeron dos puentes muy sólidos, de cal y ladrillo.

Finalmente la vegetación estaba representada, en el siglo que consideramos, por un monte de encinas que se repuso a mediados de ella, más “la pobreza hizo que los necesitados lo arrancasen”. Algunos topónimos respaldan la antigua vegetación: Vereda de la Mata, Camino del Retamar de la Osa.

Población, enfermedades y vivienda

En el 1.725 se censan 119 vecinos. En el 1.752 el vecindario llegaba a 250 familias. En el 1.769 hay 1.474 habitantes. En el 1.782 se cuenta con 300 vecinos o sea unas mil personas. La enfermedad más usual es la fiebre terciana. El clima es sano. Nacen al año unas 20 personas y fallecen 9. El número de casas habitables llegaba, mediana la centuria, a doscientas veinte.

Sociedad

De la gente de Villaluenga se dice “que son industriosos para la agricultura”, que es a lo que se dedican la mayor parte de ellos.

A mediados del siglo la estratificación social era como sigue: cura, teniente de cura (que era un trinitario descalzo) , médico, con 2.400 rls. de utilidad, cirujano[1] barbero, albeitar, escribano, sacristán, maestro de primeras letras con 1.600 rls. de ingreso, a la vez era administrador de la carnicería; 3 albañiles, 2 carreteros, herrador, herrero, 4 zapateros uno de ellos de nuevo, sastre, estambrero, 2 peinadores de estambre, 2 esquiladores, cortador, 24 arrieros, 8 tratantes, 11 labradores, 126 jornaleros sirvientes, 50 pobres de solemnidad.

En la información de 1.782 se dice que tienen “médico-cirujano y buena botica”. En cuanto al herrero se encomia “sus obras acreditadas en todas partes, hace primorosas romanas, pesos y relojes muy seguros, pequeños y grandes. Es muy diestro para escopetas, piezas delicadas y toda clase de llaves, esquintas y maravillosos secretos; por cuya singular habilidad se le confía en los Reales Sitios la hechura y arreglo de Pesos y Pesas”.

La tierra y los cultivos

Hay secanos para cereal, viñedos y algunas olivas, a más del prado concejil, un monte con encinas que mide sesenta fas [2]. Las cepas de vid se ponen a marco real. Miden con fas. de quinientos estadales y las viñas con aranzadas de cuatrocientos. Siembran una fa. y tres cuartillas de trigo por unidad de marco, dos y cuartilla de cebada, una y media de garbanzos, igual de lentejas y de algarrobas. El término se compone de tres mil setecientas fas., de ellas tres mil labrantías; el resto distribuidas así: trescientas de prado concejil, doscientas de viñedo y olivar, doscientas incultas en las faldas del castillo del Águila. Hay setecientas cincuenta fas. de buena calidad.

Se dice en el siglo XVIII, que son muy buenas las tierras para cereales, en cuyo trabajo se emplean dos tercios del vecindario. A este respecto dos topónimos: Camino de la Oliva, Camino del Pedazo de la Viña.

Producción agrícola

El viajero Ponz al pasar por Villaluenga dice: “Que produce mucho trigo y cebada como exquisitas legumbres”.

Por fa. de sembradura produce diez de trigo, veinticinco de cebada. La fa. puesta de vid produce quince as. [3] de uvas, de la que sacan seis as. de vino limpio. La fa., puesta de olivar, mantiene cincuenta pies y da doce fas. de aceituna, y estas nueve as. de aceite. En el 1.782 se cosecharon treinta y cinco mil fas. de todo grano. Las tierras las abonan con palomina.

Ganadería

El lanar se distribuye entre 27 propietarios a mediados del siglo, por un total de mil seiscientas veinticuatro cabezas. Los principales ganaderos tienen rebaños de hasta doscientas cuarenta ovejas. Los labradores, según una relación de 1.782 “presumen de tener los mejores ganados mulares y bóyales”. Un topónimo ganadero: La Cañada. Dos faunisticos: Vereda de la Alconera y Camino de Pajorro o del Pájaro.

Valor y beneficio de los productos

Se paga la fa. de trigo a 18 rls. [4] , la de cebada a 8, la a. de vino a 6, la de aceite a 20 rls. Importan las utilidades del lanar 9.780 rls.

Industria

Ya vimos como se los llamaba a los vecinos de Villaluenga industriosos y como uno de sus herreros era habilidísimo hasta en la fabricación de relojes, escopetas y piezas delicadas.

En esta centuria se hacen ribetes de lana en cinco telares de máquina; en tres se tejen a un tiempo diez piezas y en los dos restantes doce. Ocupan cada uno un tejedor y pueden labrar al año trescientas piezas. “Estos ribetes los tienen en tinas y les dan colores a saber: Azul, verde, pajizo y negro, usando el añil para el azul”. Hay también ciento veinte telarillos que hacen sólo una pieza del mismo ribete; éstos los trabajan cada uno una mujer y suele labrar dos piezas al día.

A finales del siglo XVIII algunos vecinos labran ribetes en telares magníficos. Cada operario se hace en ocho días, doce piezas de ochenta varas cada una, que componen dos mil ciento sesenta varas, con un consumo de lana de mil setecientas as.

Hay molinos para hacer chocolate, de bastante perfección.

Vale la industria personal 26.000 rls.

A la falda del cerro del Águila están las grederas de donde se surten las fábricas de paño de Colmenar, Ajofrín, Sonseca y Novés. En el cerro del Águila hay muy buena cal “fuerte y blanca”.

Tributos

Los diezmos suponen cuatro mil fas. de trigo, seiscientas de cebada, treinta de garbanzos, cincuenta de lentejas, quince de algarrobas, veinte de alcarceña, seis de avena, doscientas cincuenta as. de vino, dos fas. de aceituna y 3.200 rls.

Los impuestos civiles

Por servicio ordinario y extraordinario, tributan 134 rls., por alcabalas, que pertenecen  al marqués, pagan 6.100 rls.

Bienes de propios

Casas del Ayuntamiento, de la carnicería, de la fragua. Una casa en la plazuela del marqués destinada para habitación del médico. El prado concejil, que mide trescientas fas. de marco; sesenta fas. de tierra en el Carrascal, que estaba plantada de encinar. Ciento ochenta fas. de tierra en el despoblado de Adamuz, que vale en arriendo 217 rls. Pósito con 900 fas. de grano para préstamo a los labradores, que pagan una cuartilla de rédito, por fa. de grano que sacan. Fiel medidor que paga al Municipio 1.100 rls.

Cargas y gastos concejiles

Los gastos cubren con preferencia las fiestas votivas, las de cuaresma y el haber de los oficiales del Municipio. En cuanto a las cargas, tiene un censo de 22.000 rls. de principal, al 3 por 100, a favor del hospital de Santa Cruz de Toledo. Se tomó esta carga en el 1.737, redimiéndose la mitad en el 1.739; el préstamo fue para adquirir trigo, dado lo calamitoso de los años por falta de cosechas.

Servicios públicos

Se reducen a taberna concejil, tienda-abacería, que renta 1.700 rls., y una panadería, porque la mayor parte de los labradores hacen el pan en su casa. A veces, los panaderos de fuera traen aquí su pan y lo venden.

Durante la Guerra de la Independencia sirvió de punto de refugio y observación al célebre guerrillero y después notable General D. Juan Palarea y Blanes. Nacido en Murcia (27-XII-1780). Cursó estudios en Zaragoza ganando en oposición una beca para la Facultad de Medicina de aquella ciudad.

Durante la Guerra de la Independencia fue conocido por el sobrenombre de «El Médico».